El dominio técnico preciso e impecable tanto del dibujo como del color le permite a Gagik obtener un resultado formal, cuyas imágenes parecen surgir de su paleta con soltura, como si el acto de pintar no le pusiera ninguna dificultad. Los personajes protegonizan escenas en las que articula primeros planos con fondos arquitectónicos complejos y muy elaborados.
Gagik realiza un minucioso trabajo tonal en cada objeto representado, que nos recuerda la técnica de los primitivos maestros flamencos. A pesar de ser definidamente figurativo, personajes y escenas no guardan ninguna relación con el mundo real, por eso mas que con el surrealismo sus composiciones de asemejan al mundo lirico y poetico de Marc Chagal. De presencia heráldica y clásica, sus mujeres son a la vez de una delicada y sutil sensualidad. Las escenas oníricas de Gagik, con sus fetiches cabalísticos y sus emblemas herméticos, no siempre pertenecen a un mundo ideal de cuentos de hadas. Sus figuras no responden sumisamente al orden social de lo establecido.
Su iconografía, espacios en que sus figuras se despliegan y su singular manera de narrar, parecen predestinadas a la pintura mural. El verdadero artista esta sometido solo a sus propias necesidades internas, como señalaba Kandinsky. El arte puede ser un instrumento capaz de conjurar el dolor el que hizo que Gagik abandonara las suaves texturas de sus liricas composiciones hacia un expresionismo que le permitió expresar lo inexpresable, con la maestría que nos recuerda a Kokoska o Giacometti, siendo siempre fiel a él mismo, pudiendo comparar su versatilidad con la de aquellas voces dotadas de un amplio y virtuoso registro musical.
Adriana Laurenzi.